A la mañana siguiente desperté como quien vuelve a nacer, sin mas
intención que la de llegar a Canfranc, subirme en el mítico Canfranero
y volver a casa con mi gente.
Y eso hice.
Pero como siempre el viejo tren va con el justo retraso para hacerme
perder la conexión con Valencia y dejarme tirado a las 11 de la noche
en la estación Zaragoza, a la espera de un tren nocturno procedente de
Madrid que pasará por allí a las 2 de la mañana.
Con mi pequeño transistor, una revista y alguna intranscendente
conversación con los demás viajeros, consigo hacer más llevadera la
espera del vetusto tren que cubre la línea Madrid – Mompelier, tren
que por suerte tiene programada una parada a las cinco y cuarto en
Tarragona, donde deberé bajarme, y esperar unas horas mas al Euromet,
que me llevará finalmente a Valencia.
Pero antes habré de encontrar mi butaca (que como siempre estará
ocupada por otro pasajero) en este largo tren, el cual con sus literas y
camarotes me hace recordar las películas de Alfred Hitchcock o mejor
dicho, las de Paco Martínez Soria, porque aquí los ricos duermen en
cama y los pobres intentamos dormir en incómodas butacas.
Aunque a mí ya todo me daba igual, estaba completamente desquiciado, sólo
quería que dieran las cinco y cuarto, para llegar a Tarragona y salir
de aquel repleto camarote, respirar aire puro y poder estirar las
piernas. Y eso hice cuando mi reloj marcó dicha hora y el cowboy se
detuvo.
Y así me ví, caminado por un solitario y oscuro andén, al final del
cual había un cartel luminoso en el que pude leer REUS, mientras a mi
lado el puto tren iniciaba la marcha.
Sin pensarlo dos veces, volví a subir las escaleras del vagón, pero
por más que apretaba el botón de las puertas, éstas no se abrían.
Cuando quise darme cuenta, aquello ya iba demasiado deprisa como para
bajarme y no pude hacer otra cosa que agarrarme con todas mis fuerzas a
las puertas mientras gritaba con la esperanza de que alguien me oyera.
Pero era un tren fantasma, estaban todos dormidos.
Por un momento pensé que todo era una pesadilla de la que pronto iba a
despertar sentado en la butaca del vagón, pero no, cada vez íbamos mas
deprisa.
“¡Joder, esto no puede estar pasándome a mí!”
Pero sí, fui yo el que llegó a Tarragona enganchado a la puerta de un
tren, y si no, preguntadle a aquel pobre diablo que tumbado en el suelo al
verme llegar me dijo: "Hay que ser de cuero"
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